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"Retoño". Serie Medio Ambiente |
El Guayamurí y el Matasiete parieron, hace 43 años, a un valioso margariteño. El pueblo de Guarame, su cuna, le impregnó de motivos el alma. Desde su taller callado, íntimo, cargando sobre sí el más nutrido astillero de sueños, hizo del más puro y original elemento, la piedra, poesía.
Valentín Malaver es el nombre que identifica a una humanidad tranquila, humilde y discreta, pero también osada, inquieta e inquisitiva. Egresado de la Escuela de Artes Pláticas “Pedro Ángel González” de La Asunción, formado en el taller del reconocido escultor Pedro Barreto, orientado por la artista plástica Gladys Meneses y con estudios en Paris, Francia, dedicó su prolífica vida a hacer de la piedra, arte, pero además, se atrevió a creer en su creación y la de sus colegas, a perseverar para cruzar el mar y mostrarla, en un país donde los que se dedican a este elevado, pero exigente oficio, son pocos.
Armado de esmeriles, taladros, discos de corte diamantado, martillos,
este escultor dio vida a rocas como la serpentina, el mármol y el granito,
siendo este último el material que a pesar de su exigente dureza, más le
gustaba tallar.
El catálogo de su obra, tal como lo asegura Adolfo Golindano, pintor y amigo, “fue una evolución; no tuvo rupturas”. Detenerse a observarla es maravillarse descubriendo cómo, de un elemento tan rígido, surgen líneas nobles, conscientes, elegantes, e incluso, eróticas…. ¿Su más grande inspiración? La naturaleza.
El catálogo de su obra, tal como lo asegura Adolfo Golindano, pintor y amigo, “fue una evolución; no tuvo rupturas”. Detenerse a observarla es maravillarse descubriendo cómo, de un elemento tan rígido, surgen líneas nobles, conscientes, elegantes, e incluso, eróticas…. ¿Su más grande inspiración? La naturaleza.
“Comenzó haciendo una escultura donde estaba involucrada la
forma del cangrejo, de los peces. Fue evolucionando, y empezó a trabajar los
pájaros. Hizo cadenas, engranajes. Ahora estaba impactado con el bosque, la
destrucción de la naturaleza”, comenta Oswaldo Gutiérrez “Docha”, su maestro,
compañero de oficio y cercano amigo.
En este sentido, y en referencia a su última serie “Medio
Ambiente” de su tendencia arte ecológico, Valentín escribió: “Mi
obra siempre se ha caracterizado por ser una interpretación de la naturaleza,
de mi entorno, de mi realidad. Discurso que continúo en mis esculturas más
recientes. En ellas podemos observar piedras vivas germinando, rocas capaces
de retoñar y crecer como árboles que se niegan a morir en un gesto que simboliza
la esperanza de la vida futura en la madre tierra, actualmente amenazada por
el persistente deterioro de su medio ambiente”.
A lo largo de su carrera, Malaver participó en al menos 16
muestras, entre individuales y colectivas, dentro y fuera del país. Además fue
reconocido con ocho premiaciones, entre las que destacan la Orden José Antonio
Anzoátegui en su 1º clase (2008), un viaje a París otorgado por la embajada de
Francia en la 8º Bienal Nacional de Escultura Francisco Narváez (2005), el
premio Universidad de Carabobo 29º salón Nacional de Arte Aragua (2004), entre
otras.
Más que un escultor, un promotor de la cultura
“Hay una
orden que él dejó: continuar su taller, hacer de su casa un museo", sentenció el también escultor Oswaldo Gutiérrez. Y es que cuando Valentín comenzó a hacer
su casa (que para Meneses es otra de sus “obras modeladas”), no pensó solo en
levantar las paredes -que frente al Guayamurí- le acobijarían a él y a su
esposa, sino en crear un espacio donde todas las manifestaciones artísticas
tuvieran cabida para ser expuestas, vividas y compartidas.
“Él veía que aquí (en Guarame) no se hacía nada. Que los
niños no tenían cómo disfrutar del arte. Quería brindar clases de cuatro, traer
a sus amigos teatreros. Quería integrarlos en la cultura”, afirma su esposa y
compañera, Ofelia García de Malaver.

Los verbos que se utilizan en los últimos párrafos de este trabajo están escritos en
pasado porque la partida física de este gran artista se adelantó,
inesperadamente, el 27 de septiembre de 2011 dejando un vacío irremplazable, inexplicable,
que sólo se alivia al ver erigidas e imponentes sus aves y retoños.
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