domingo, 28 de octubre de 2012


Reminiscencia

Qué caprichosa, terca y descarrilada es esta mente que te busca y no pide permiso para remontarse a silentes momentos que se habían escondido, furtivos, en esta trama de hilos corroídos por el despropósito…
Por el desacuerdo del tiempo…
… por la inconsistencia del tiempo.
Ingrata y reprochable pauta que inicio aquel día con tus mangas recogidas y una cortina de acordes con los que pude confeccionar brillantes collares, que aún hoy, resplandecen en el cuello del misterio...

viernes, 24 de agosto de 2012

Edicson Ruiz quiere ser "el mensajero" del Arco de Oro”

Por María Fernanda Espinoza para www.unionradio.net

“La vida misma te va llevando de meta en meta por todo el camino, que al final, uno nunca sabe cual va a ser” dice Edicson Ruiz, acerca de cómo ve la vida en relación a sus logros. Sin embargo, cualquiera mortal que hasta el día de hoy evalúe su transitar, puede ver, tan claro como el horizonte, de qué estará lleno su porvenir.

Y es que Edicson, con 27 años, y desde hace 10 contrabajista de la Filarmónica de Berlín -convirtiéndose así no sólo en el primer músico hispanoamericano de esta orquesta, sino también en el miembro más joven en toda su historia- podría ser la perfecta humanización del aforismo que reza: “cada quien recoge lo que siembra”.

Antes de este gran logro cosechó otro muy importante: a los 15 años se convirtió en el laureado más joven en la historia de la Sociedad Internacional de Contrabajistas al ganar el primer premio, que tuvo lugar en Indianápolis, y hace pocos días, los primeros de julio de 2012, Ruíz fue honrado con el premio “El Arco de Oro” que otorga anualmente la Fundación Escuela de Lutheria de Brienz en Suiza a los ejecutantes de cuerda más prominentes.

“Es una distinción que todavía no creo porque ha sido entregada a las máximas figuras de las cuerdas (…) a los grandes ligas”, expresa con incredulidad este músico caraqueño acerca del reconocimiento, apurándose a afirmar que no se siente digno de estar en ese grupo, “pero lo recibo con los brazos abiertos y voy a ser un mensajero”.

Nació en la Maternidad Concepción Palacios y vivía en La Candelaria, Caracas, antes de residenciarse en la capital alemana, Berlín. Edicson, quien identifica a una de las más grandes creaciones de la constancia, el esfuerzo y de “El Sistema” -fundado por el Maestro José Antonio Abreu- expresa que “uno va tejiendo el futuro enamorado de lo que hace” y que nunca imaginó todo lo que estaría viviendo ahora.

“Afortunadamente siempre he sentido ganas de lograr metas que yo mismo pienso que son imposibles de realizar. Son ganas de comerme ese reto, pero si lo logro o no, es irrelevante (…) el récord mundial o la medalla de oro son cuestiones del destino”, asegura.

Su transitar está sembrado ya, irremediablemente, de la dignidad de la primera vez que sucede o el más joven que lo logra en el mundo de su instrumento y de los sonidos académicos. Pero no se detiene. Tiene en su haber tres producciones discográficas que él llama “documentos”, pues “abarcan los conciertos más bellos de la historia escritos para contrabajo, que son los conciertos del siglo XVIII, de afinación vienesa”.

“Es un documento único porque no han sido grabados antes en su manera original: con instrumentos históricos, desde los facsímiles de los autógrafos de cada compositor”, explica.

Este caraqueño que ya le ha dado dos veces la vuelta al mundo, manifiesta que “lo más bonito que está pasando” es que está consolidando su carrera como solista y está dejando inmortalizado, a través de sus producciones discográficas, el resonar profundo e imponente de su contrabajo y de la obra escrita para él.

Como solista, visitará próximamente países que no había pisado con esa investidura tal como Austria, Finlandia, Suecia, Francia.

“Venezuela tiene condiciones inmejorables para la música y va en ese camino, de ese sueño, que es que la música clásica sea parte de nosotros”, sentencia Edicson Ruiz, quien desde hace años habla sin creérselo desde ese podio que se erige en el orgullo de la música y los músicos de su país, como uno más de ese “conglomerado de estrellas”, por el que emocionado, afirma haber sido absorbido.

viernes, 29 de junio de 2012

Algo que decirle a Thamar


Respiraste para mí, y aún hoy le quitas el sucio al aire para que yo siga respirando limpio… Dibujaste para mí los caminos más brillantes, elevados, lisos y floreados que pudiste trazar…
Me enseñaste el olor a trementina, la textura de un lienzo…
Me presentaste los colores, el carboncillo y los pasteles.
Me llevaste de la mano a los museos, a la danza de mi infancia…
 Colocaste los matices de las notas  en mi boca y creíste en mí cuando las hice sonar y cuando dejé de hacerlo.
 Llenas de fe absoluta mi futuro y sueñas y soñarás por escucharme reír y sólo eso…
 Me buscaste, me hallaste y te estampaste en mí para llevar enarbolada y orgullosa siempre tu barbilla, que con dicotomía, me recuerda que soy de tu madera… de la madera del Pino más noble.
 Tú que no haces más que quererme y sólo eso, eres la dueña de todos los caminos de orquídeas que pueda sembrar, regar y cuidar.
 Eres la creadora más prolija que podré conocer en esta y todas las vidas…
 Una que se erige sobre sueños alcanzados, sueños luchados con estoicismo, temple y rectitud.
 Yo, que intento dar concepto a mi amor por ti con éstos, los únicos símbolos que he aprendido para hacerlo, siento que sólo podré amarte sin márgenes, sin barreras, sin horizonte, siempre…
 E inevitablemente, terminaré de escribir inconforme, pues ni esta línea ni las anteriores se parecen a lo que mereces leer.
 Te escogí hoy y te volveré a escoger en nuestra próxima oportunidad, para mirar arriba a mi derecha, asirme a tu mano caliente perfumada de ajo y albahaca, y dejarme llevar por los caminos que me quieras volver a llevar…

Valentín Malaver: Escultura con calidad intelectual

Para Tu Revista Sigo, edición Octubre 2011. Fotos cortesía de Tucán
"Retoño". Serie Medio Ambiente

El Guayamurí y el Matasiete parieron, hace 43 años, a un valioso margariteño. El pueblo de Guarame, su cuna, le impregnó de motivos el alma. Desde su taller callado, íntimo, cargando sobre sí el más nutrido astillero de sueños, hizo del más puro y original elemento, la piedra, poesía.


Valentín Malaver es el nombre que identifica a una humanidad tranquila, humilde y discreta, pero también osada, inquieta e inquisitiva. Egresado de la Escuela de Artes Pláticas “Pedro Ángel González” de La Asunción, formado en el taller del reconocido escultor Pedro Barreto, orientado por la artista plástica Gladys Meneses y con estudios en Paris, Francia, dedicó su prolífica vida a hacer de la piedra, arte, pero además, se atrevió a creer en su creación y la de sus colegas, a perseverar para cruzar el mar y mostrarla, en un país donde los que se dedican a este elevado, pero exigente oficio, son pocos.

Armado de esmeriles, taladros, discos de corte diamantado, martillos, este escultor dio vida a rocas como la serpentina, el mármol y el granito, siendo este último el material que a pesar de su exigente dureza, más le gustaba tallar.

El catálogo de su obra, tal como lo asegura Adolfo Golindano, pintor y amigo, “fue una evolución; no tuvo rupturas”. Detenerse a observarla es maravillarse descubriendo cómo, de un elemento tan rígido, surgen líneas nobles, conscientes, elegantes, e incluso, eróticas…. ¿Su más grande inspiración? La naturaleza.

“Comenzó haciendo una escultura donde estaba involucrada la forma del cangrejo, de los peces. Fue evolucionando, y empezó a trabajar los pájaros. Hizo cadenas, engranajes. Ahora estaba impactado con el bosque, la destrucción de la naturaleza”, comenta Oswaldo Gutiérrez “Docha”, su maestro, compañero de oficio y cercano amigo.

En este sentido, y en referencia a su última serie “Medio Ambiente” de su tendencia arte ecológico, Valentín escribió: “Mi obra siempre se ha caracterizado por ser una interpretación de la naturaleza, de mi entorno, de mi realidad. Discurso que continúo en mis esculturas más recientes. En ellas podemos observar piedras vivas germinando, rocas capaces de retoñar y crecer como árboles que se niegan a morir en un gesto que simboliza la esperanza de la vida futura en la madre tierra, actualmente amenazada por el persistente deterioro de su medio ambiente”.

La reconocida grabadista y vitralista Gladys Meneses admira de Valentín su incesante deseo de investigar y experimentar y atribuye a su inquebrantable perseverancia el que, a pesar de su juventud, haya visto su trabajo exaltado: “En el arte, la sinceridad -junto con el trabajo y la constancia- es la que hace el camino. No hay toques de magia, ni inspiraciones, ni iluminaciones…hay una constancia, disciplina, profundidad, y así fue Valentín”.

A lo largo de su carrera, Malaver participó en al menos 16 muestras, entre individuales y colectivas, dentro y fuera del país. Además fue reconocido con ocho premiaciones, entre las que destacan la Orden José Antonio Anzoátegui en su 1º clase (2008), un viaje a París otorgado por la embajada de Francia en la 8º Bienal Nacional de Escultura Francisco Narváez (2005), el premio Universidad de Carabobo 29º salón Nacional de Arte Aragua (2004), entre otras.

Más que un escultor, un promotor de la cultura 

“Hay una orden que él dejó: continuar su taller, hacer de su casa un museo", sentenció el también escultor Oswaldo Gutiérrez. Y es que cuando Valentín comenzó a hacer su casa (que para Meneses es otra de sus “obras modeladas”), no pensó solo en levantar las paredes -que frente al Guayamurí- le acobijarían a él y a su esposa, sino en crear un espacio donde todas las manifestaciones artísticas tuvieran cabida para ser expuestas, vividas y compartidas.

“Él veía que aquí (en Guarame) no se hacía nada. Que los niños no tenían cómo disfrutar del arte. Quería brindar clases de cuatro, traer a sus amigos teatreros. Quería integrarlos en la cultura”, afirma su esposa y compañera, Ofelia García de Malaver. 

Sin embargo, aunque el proyecto formal del museo se concretaría más adelante, de modo informal su morada se convirtió en un lugar donde se fusionaban, continuamente, todas las expresiones artísticas y humanas: “Valentín nos unía a todos. Esta, su casa, era donde se concentraba todas las artes plásticas, toda la literatura, la música, que venía a Margarita. Todo pasaba por aquí. Conocimos a músicos, escultores… nacionales e internacionales. Él decía que las artes tenían que estar todas unidas, y de alguna manera, eso se dedicó a hacer”.

Los verbos que se utilizan en los últimos párrafos de este trabajo  están escritos en pasado porque la partida física de este gran artista se adelantó, inesperadamente, el 27 de septiembre de 2011 dejando un vacío irremplazable, inexplicable, que sólo se alivia al ver erigidas e imponentes sus aves y retoños.

miércoles, 13 de julio de 2011

“El que toca, ora dos veces”: Eddy Marcano, un margariteño de exportación

Por María Fernanda Espinoza para Tu Revista Sigo, edición marzo-junio 2011

Las empanadas de cazón de su mamá, su antigua casa en el sector Santa Isabel de la Asunción, el mar de Puerto Bajo en el municipio Antolín del Campo, son algunos de los puntos de anclaje que mantienen conectado  a uno de los mejores intérpretes del violín y embajador de la música venezolana fuera de nuestras fronteras, Eddy Marcano, con la tierra que le inyectó la música en el alma: Margarita.

Graduado en Ejecución en el Conservatorio de Música Simón Bolívar de Caracas y con especialización  en países como Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, Eddy forma parte de la fila de primeros violines de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar. Tiene una vasta trayectoria como profesor y tallerista del instrumento; se desempeñó como presidente de la Fundación Orquesta Sinfónica del estado Nueva Esparta durante nueve años; ha sido comisionado musical para la UNESCO y la OEA en la creación de orquestas juveniles e infantiles de América latina, y entre muchas otras cosas que engrosan su currículum, ha dirigido las orquestas juveniles y profesionales de Panamá, Colombia y Uruguay.

Actualmente, se estableció en Puerto Rico, territorio que sirve de puente para alcanzar su actual propósito profesional: internacionalizar su carrera como solista. Asimismo,  se desempeña como director académico del sistema de orquestas de la isla, con el fin de expandirlas por todo el territorio. ¿La música venezolana? Su pasaporte: el 14 de octubre de 2009 Eddy, acompañado de su Cuarteto Acústico, se subió a la prestigiosa tarima del Carnegie Hall de Nueva York para hacer vibrar al público norteamericano con los sonidos de su país.

“Este es el que me gusta a mí”
Desde los seis años de edad el talento de Eddy Marcano había estado alegrando, a través de la ejecución del cuatro -y más tarde, de la mandolina-, todas las parrandas margariteñas a las que llegaba. Su hermano mayor, Carmelo, siempre fue su compañero de fórmula y el primero en tomar en serio sus aptitudes. “Me dijo: ´tú vas a estudiar música´, y él mismo me inscribió en el conservatorio Claudio Fermín de La Asunción”.

Sin embargo, fue a los 11 años cuando escuchó por primera vez un violín. “Pensé: este es el que me gusta a mí”. Las notas de la Fuga en Sol menor de Juan Sebastian Bach le mostraron que la afinación de ese instrumento le era familiar, y sin titubeos, le enamoraron.

Esto ocurrió en el año 77, fecha en la que una comisión de músicos, encabezada por el Maestro José Antonio Abreu, pisó tierras insulares para dar a conocer a los niños margariteños la gama de instrumentos que componen una orquesta sinfónica, con el objetivo de formar la primera del estado.  A partir de entonces, la frase “Tocar y Luchar” que todavía acompaña en una medalla a los músicos venezolanos en todas las giras internacionales, guindó del cuello del joven, quien eligió al violín como su responsabilidad más importante. “Esta fue la vivencia más grata de esa época”, confiesa Eddy con una anhelante mirada al recordar el primer concierto de la Orquesta en la emblemática iglesia de La Asunción.

Al graduarse de bachiller, a los 17 años, y con el silente pero incondicional apoyo de sus padres, emprendió su camino en el mundo académico de la música, en lo que describe como la “abrasiva” Caracas. “Mis papás me apoyaban moralmente, pero con ese susto de que no fuera a tener sustento. Sin embargo, con el tiempo, se dieron cuenta de que mi insistencia era tan grande, que algo iba a suceder para bien. Y humildemente, es lo que ha estado ocurriendo”.

De la academia al folclore… ¿O del folclore a la academia?
“La música es una sola” sentencia Eddy cuando habla de la música universal y por la que siente una inclinación natural: la venezolana. Afirma que disfruta interpretar ambas formas, pero manifiesta sin vacilaciones y “con mucho orgullo”,  que hace carrera internacional con la música típica de nuestro país.

Su formación teórica, técnica, y la interpretación de las obras de grandes compositores como Mozart, Tchaikovski, Beethoven, Sibelius, ha sido fundamental para brindar su mejor producto venezolano. “El virtuosismo que te da la academia se lo pones a nuestra música, engalanándola y enriqueciéndola, y automáticamente, se vuelve algo que la gente respeta y aprecia”.  

El contacto con lo autóctono le dio la oportunidad de contar con un concepto integral de su materia, “porque el niño venezolano que toca cuatro desarrolla el oído melódico, rítmico y armónico; una plataforma inmensa para resolver problemas musicales al abordar más tarde la obra de cualquier gran compositor”.

Eddy no ha abandonado nunca la inquietud de dejar en alto los sonidos de su país. “Incluso, hubo una época en Caracas en la que ´mataba tigritos´ clandestinamente, para que el Maestro Abreu no se enterara”, recuerda jocosamente. Ha sido violinista de reconocidas agrupaciones como Opus 4, Onkora, Arcano y Sólo 3, y sus dos producciones discográficas tituladas Venezuela en Violín I y II, han tenido como foco su versatilidad para interpretar merengues, galerones, valses y danzas criollas.

“Si vas a hacer algo, tienes que ser el mejor”
Ese es el mensaje paterno que retumba cada día en los pensamientos de este intérprete que ha sabido demostrar que no se conformará con lo conseguido hasta ahora. Eddy confiesa vehemente que su mayor crítico es él mismo. “Mi papá siempre me dijo: ´si vas a hacer algo, tienes que ser el mejor… no te conformes´. Eso me hizo convertirme en una persona sumamente exigente con lo que hago. Eso te labra una personalidad especial, bien determinada”.

Este margariteño  asegura que el estudio constante y el dejar de lado el ego y la prepotencia son dos elementos fundamentales para el éxito en su profesión, al tiempo que aclara que la inseguridad es el enemigo más grande de un intérprete. “Al salir al escenario uno siempre tiene su cosita, pero siempre oro y me encomiendo a Dios así tenga un doscientos por ciento en la mano”.

A pesar de aquella reposada Margarita donde Eddy dio sus primeros pasos y de las falsas creencias que abundan en nuestros pueblos, este “asuntino” asumió la música como su más grande reto: “yo defendí lo que me hacía ser feliz, que era hacer música, porque algo que te hace ser feliz a ti y a los demás, no tiene precio. Esta es una carrera que disfrutas: la lloras, la ríes; tiene un contexto humano y espiritual muy elevado. El músico, en su máxima expresión, puede lograr que a la gente se le erice la piel, que alguien suelte una lágrima, que vibren en alto... ¡Los músicos tenemos esa facultad! Como dice mi hermano: el que toca, ora dos veces”. 

martes, 12 de julio de 2011

“Si me preguntan, digo que soy margariteño”

Por María Fernanda Espinoza para Tu Revista Sigo, edición marzo-junio 2011. Foto: Pedro Itriago

Javier Larrauri no sabía hacer otro oficio que ser arquitecto hasta que decidió, hace 17 años, venirse de Caracas, bajar El Portachuelo e instalarse en Santa Ana del Norte. Allí, en un espacio abrigado por montañas, tapizado de verde y donde el bullicio del tráfico capitalino se volvió canto de pajaritos y brisa de cuaresma,  Javier consiguió su verdadera pasión: hacer vitrales.

 Asegura que desde los años 70 él y su esposa visitaban Margarita cada vez que podían, y tanto les gustaba  “que nos preguntamos: ¿por qué no vivir aquí?”.

Nacido en Bilbao y criado en Caracas, Javier expresa con orgullo que si le preguntaran de dónde es, responde: “margariteño”. En tierras insulares se encontró con el otro amor de su vida: la luz… pero vista a través de vidrios de colores.  En esa casa al pie de una montaña del municipio Marcano, instaló su taller, en el que produce arte, pero también sustento.

Así, después de una jornada de trabajo “que empieza muy temprano”,  Javier suele irse –tres o cuatro días a la semana- a playa La Galera, en Juan Griego, donde montado en su Kayak, ve caer el sin igual atardecer…
“La Isla es mágica… Su luz, tranquilidad; es playa, pero también es montaña. Estoy feliz, me siento en mi tierra, en mi casa, no necesito más nada”, asegura complacido este artista “navega´o” que adorna con sus obras las ventanas y espacios de propios y extraños.