Por María Fernanda Espinoza para Tu Revista Sigo, edición marzo-junio 2011
Las empanadas de cazón de su mamá, su antigua casa en el sector Santa Isabel de la Asunción, el mar de Puerto Bajo en el municipio Antolín del Campo, son algunos de los puntos de anclaje que mantienen conectado a uno de los mejores intérpretes del violín y embajador de la música venezolana fuera de nuestras fronteras, Eddy Marcano, con la tierra que le inyectó la música en el alma: Margarita.
Graduado en Ejecución en el Conservatorio de Música Simón Bolívar de Caracas y con especialización en países como Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, Eddy forma parte de la fila de primeros violines de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar. Tiene una vasta trayectoria como profesor y tallerista del instrumento; se desempeñó como presidente de la Fundación Orquesta Sinfónica del estado Nueva Esparta durante nueve años; ha sido comisionado musical para la UNESCO y la OEA en la creación de orquestas juveniles e infantiles de América latina, y entre muchas otras cosas que engrosan su currículum, ha dirigido las orquestas juveniles y profesionales de Panamá, Colombia y Uruguay.
Actualmente, se estableció en Puerto Rico, territorio que sirve de puente para alcanzar su actual propósito profesional: internacionalizar su carrera como solista. Asimismo, se desempeña como director académico del sistema de orquestas de la isla, con el fin de expandirlas por todo el territorio. ¿La música venezolana? Su pasaporte: el 14 de octubre de 2009 Eddy, acompañado de su Cuarteto Acústico, se subió a la prestigiosa tarima del Carnegie Hall de Nueva York para hacer vibrar al público norteamericano con los sonidos de su país.
“Este es el que me gusta a mí”
Desde los seis años de edad el talento de Eddy Marcano había estado alegrando, a través de la ejecución del cuatro -y más tarde, de la mandolina-, todas las parrandas margariteñas a las que llegaba. Su hermano mayor, Carmelo, siempre fue su compañero de fórmula y el primero en tomar en serio sus aptitudes. “Me dijo: ´tú vas a estudiar música´, y él mismo me inscribió en el conservatorio Claudio Fermín de La Asunción”.
Sin embargo, fue a los 11 años cuando escuchó por primera vez un violín. “Pensé: este es el que me gusta a mí”. Las notas de la Fuga en Sol menor de Juan Sebastian Bach le mostraron que la afinación de ese instrumento le era familiar, y sin titubeos, le enamoraron.
Esto ocurrió en el año 77, fecha en la que una comisión de músicos, encabezada por el Maestro José Antonio Abreu, pisó tierras insulares para dar a conocer a los niños margariteños la gama de instrumentos que componen una orquesta sinfónica, con el objetivo de formar la primera del estado. A partir de entonces, la frase “Tocar y Luchar” que todavía acompaña en una medalla a los músicos venezolanos en todas las giras internacionales, guindó del cuello del joven, quien eligió al violín como su responsabilidad más importante. “Esta fue la vivencia más grata de esa época”, confiesa Eddy con una anhelante mirada al recordar el primer concierto de la Orquesta en la emblemática iglesia de La Asunción.
Al graduarse de bachiller, a los 17 años, y con el silente pero incondicional apoyo de sus padres, emprendió su camino en el mundo académico de la música, en lo que describe como la “abrasiva” Caracas. “Mis papás me apoyaban moralmente, pero con ese susto de que no fuera a tener sustento. Sin embargo, con el tiempo, se dieron cuenta de que mi insistencia era tan grande, que algo iba a suceder para bien. Y humildemente, es lo que ha estado ocurriendo”.
De la academia al folclore… ¿O del folclore a la academia?
“La música es una sola” sentencia Eddy cuando habla de la música universal y por la que siente una inclinación natural: la venezolana. Afirma que disfruta interpretar ambas formas, pero manifiesta sin vacilaciones y “con mucho orgullo”, que hace carrera internacional con la música típica de nuestro país.
Su formación teórica, técnica, y la interpretación de las obras de grandes compositores como Mozart, Tchaikovski, Beethoven, Sibelius, ha sido fundamental para brindar su mejor producto venezolano. “El virtuosismo que te da la academia se lo pones a nuestra música, engalanándola y enriqueciéndola, y automáticamente, se vuelve algo que la gente respeta y aprecia”.
El contacto con lo autóctono le dio la oportunidad de contar con un concepto integral de su materia, “porque el niño venezolano que toca cuatro desarrolla el oído melódico, rítmico y armónico; una plataforma inmensa para resolver problemas musicales al abordar más tarde la obra de cualquier gran compositor”.
Eddy no ha abandonado nunca la inquietud de dejar en alto los sonidos de su país. “Incluso, hubo una época en Caracas en la que ´mataba tigritos´ clandestinamente, para que el Maestro Abreu no se enterara”, recuerda jocosamente. Ha sido violinista de reconocidas agrupaciones como Opus 4, Onkora, Arcano y Sólo 3, y sus dos producciones discográficas tituladas Venezuela en Violín I y II, han tenido como foco su versatilidad para interpretar merengues, galerones, valses y danzas criollas.
“Si vas a hacer algo, tienes que ser el mejor”
Ese es el mensaje paterno que retumba cada día en los pensamientos de este intérprete que ha sabido demostrar que no se conformará con lo conseguido hasta ahora. Eddy confiesa vehemente que su mayor crítico es él mismo. “Mi papá siempre me dijo: ´si vas a hacer algo, tienes que ser el mejor… no te conformes´. Eso me hizo convertirme en una persona sumamente exigente con lo que hago. Eso te labra una personalidad especial, bien determinada”.
Este margariteño asegura que el estudio constante y el dejar de lado el ego y la prepotencia son dos elementos fundamentales para el éxito en su profesión, al tiempo que aclara que la inseguridad es el enemigo más grande de un intérprete. “Al salir al escenario uno siempre tiene su cosita, pero siempre oro y me encomiendo a Dios así tenga un doscientos por ciento en la mano”.
A pesar de aquella reposada Margarita donde Eddy dio sus primeros pasos y de las falsas creencias que abundan en nuestros pueblos, este “asuntino” asumió la música como su más grande reto: “yo defendí lo que me hacía ser feliz, que era hacer música, porque algo que te hace ser feliz a ti y a los demás, no tiene precio. Esta es una carrera que disfrutas: la lloras, la ríes; tiene un contexto humano y espiritual muy elevado. El músico, en su máxima expresión, puede lograr que a la gente se le erice la piel, que alguien suelte una lágrima, que vibren en alto... ¡Los músicos tenemos esa facultad! Como dice mi hermano: el que toca, ora dos veces”.